Trabajo en progreso

sábado, 10 de noviembre de 2007

Siempre es culpa de tu mamá, obvio

Ya llevamos 4 ó 5 sesiones. En TODAS ellas la psicóloga ha sugerido que mi mamá probablemente sea responsable de una fracción importante de los problemas actuales que tengo. Es un alivio enorme saber que no soy la persona más loca de esa sala.

Tengo una amiga que cuenta con orgullo que se fue de la casa a los catorce años, y que ahora ella y su vieja no se pueden ver ni en pintura. Se nota que para ella fue una victoria increíble cuando hace poco la hizo llorar por teléfono; incluso se puso contenta porque la señora, una profe de religión, le dijo que se estaba yendo de patitas al infierno. Sólo le tomó meses de terapia para reunir el valor necesario.

Cuando chico me juntaba con una niña adoptada porra, suelta, sin preocupaciones (¿quién dice que es malo ser así?). La madre adoptiva la trataba mal, mal… una de las muchas veces que la retó y le pegó frente a mí recuerdo que terminé emputeciéndome y no hallé mejor modo de desahogarme que metiéndole el cepillo de dientes al mismo inodoro donde yo acababa de cagar. Inténtelo, es algo tan pendejo pero se siente buenísimo.

Otra amiga fue espectadora en primera fila de cómo su mamá no aguantó más al cavernícola con el que estaba casada y un día, de la nada, se largó sin avisarle a naiden. Tenía como cinco lucas en el bolsillo, y con ellas compró un pasaje al primer lugar que se le ocurrió (Talca), siendo tan aperrada que incluso alojó en el lujoso Hogar de Cristo de allá; la familia la buscó por mar y tierra, y entremedio el marido incluso intentó ahorcarse. Al final ella volvió.

La mamita querida de una amiga la tiene como niñera de sus hermanos (es el castigo de ser el mayor). Otra cumplió 60 y tiene pololo. Una es esquizofrénica diagnosticada, declarada indigente para fines de salud e impuestos. Estoy seguro que a otra la depresión post-parto le ha durado 21 años. Una amiga incluso quiere ser mamá como incentivo para “dejar de portarse mal”.

Las mamás del 90% de los conocidos de mi edad no saben que sus hijos ya no son vírgenes (y que, por ende, se han hecho al menos un test de embarazo o un examen de ETS), que han hecho trampa en el colegio/U por años (cosa que no ha impedido que reprueben su buen par de ramos), que se han copeteado hasta los codos en numerosas ocasiones (puntos extra si hubo alguna droga asociada) … en fin, que han hecho exactamente lo contrario a lo que ellas intentaron inculcarles por tanto tiempo.

La mía es una de ellas. Obvio.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Confesiones de un esquizofrénico, depresivo y tripolar

Sí, estoy cagado de la cabeza. La gente jodida del mate necesita ayuda profesional, así que un día en que el señor Destino tenía ganas de andar haciendo intervenciones divinas, mi pseudo-jefa me llamó a su oficina y me entregó un papelito amarillo; “averigüé y aseguran que es una excelente psicóloga”.

Hace como un mes tuve mi primera cita con ella. Verdaderamente el cuento es como una cita a ciegas:

1) No sabes si te tocó alguien bacan o fatal
2) Tratas de emperifollarte para causar una buena impresión (pero con cuidado de que no se vea TAN producido, ¡no quieres parecer desesperado!)
3) Momentos antes del encuentro revisas que los olores varios de tu cuerpo estén en orden (no comments, todos lo hacemos)
4) De algún modo debes resumirle la historia de tu vida hasta el momento a esta desconocida en sólo 50 minutos… aunque al cabo de un rato te quedas sin tema y terminas pensando “espera, ¿pensé que mi vida era más supercalifragilísticamente interesante?”

Todo el asunto de la psicología parece girar en torno al acto de relativizar el sufrimiento del paciente, haciéndole ver que sus penas cebollentas no son nada al lado de las del resto. Al parecer, deben hacerte sentir bien cosas como el saber que eres parte del 8% privilegiado de la población mundial que tiene acceso a internet, tal como me informó alguna vez una profe justo antes de darme un abrazo consolador (tiempo después revisé por Google, sólo para enterarme de que no había usado la cifra correcta, al parecer fue alterada por la señora para efectos dramáticos; ¿la intención es lo que cuenta?)

El corolario de la primera sesión fue que la gran raíz de la que se alimentan todos mis problemas es un miedo increíble al rechazo. Es esa clase de miedo que hace que faltes a clases cuando presientes que te va a tocar hablar en un público; el mismo miedo que te produce un dolor estómago increíble cuando te das cuenta de que te gusta un mino, o un estrés terrible al verte enfrentado a una situación tan sencilla como haber sido invitado a una fiesta de disfraces.

Y eso, amigos míos, es lo que en el mundo de la psicología llaman “hacer avances”